En Tailandia, donde los paseos en el lomo de los elefantes es una de las principales atracciones del turismo, la pandemia del coronavirus ha puesto a los paquidermos en las manos del desempleo.
Estos pobres animales no han tenido una vida digna, menos aún dichosa. Capturados desde edades muy tempranas en sus lugares de origen, han sido separados de sus madres y sometidos a severos castigos para que puedan cumplir las órdenes de sus amos. La industria del turismo es muy lucrativa, y los elefantes se cotizan en precios que rondan los $30,000 dólares. El capataz que tiene 10 elefantes, ya cuenta con un buen capital para invertir en el futuro.
Pero el coronavirus, esa plaga universal impredecible, ha dejado a los capataces sin saber qué hacer con los elefantes. Con el descenso del turismo, ya no representan una fuente de ingresos para sus bolsillos. Se han convertido en una carga que hay que alimentar y cuidar sin tener recursos. En esas condiciones, los elefantes han sido puestos en el camino a sus casas. En los campos se ven ahora largas filas de elefantes que recorren por lo menos 150 kilómetros hasta sus lugares de origen.
Una organización de apoyo a los elefantes, llamada Save Elephant Foundation, calcula que más de 2,000 elefantes pueden morir de hambre porque sus dueños ya no son capaces de alimentarlos, y ha estado promoviendo el regreso de los animales a sus lugares de origen. Allá, por lo menos, tienen la suficiente pastura para mantenerse a sí mismos. Es un gesto noble entre tanta calamidad.