El día de muertos, hoy, es un día triste para celebrar. Pero los mexicanos lo celebramos con júbilo, fiestas en los cementerios, calaveras gigantes, catrinas y burlonas, calaveras de dulce, calaveras de colores, desfiles de calaveras, calaveras altivas en carruajes y a caballo. La muerte se convierte en fiesta, ritual que borra todas las diferencias de la vida y nos funde en el estallido luminoso de un cohete.
Este día de muertos tuvo varios invitados de honor. El número de muertos de los pasados sismos ascendió a 363. En la Ciudad de Mëxico, 222; en Morelos, 74; en Puebla, 45; en el Estado de México, 15; en Guerrero 6 y en Oaxaca 1. En el desfile del día de muertos, hubo contingentes de brigadistas y voluntarios que marcharon con los puños en alto.
A los muertos de los temblores se los llevó la tierra, se dice. O se cree. Pero también pudieron haberse quedado entre nosotros. Si no hubieran vivido en edificios de alto riesgo, si las construcciones hubieran seguido las reglas de seguridad, si no hubiera habido corrupción al levantar los edificios. Hay mucho por hacer, para que la tragedia no se repita. Para rendir un verdadero homenaje a nuestros muertos. Y para cuidar a los vivos.
Hay que celebrar así el día de muertos.