A los 451 grados Fahrenheit arden las páginas de los libros. De ahí viene el título de la novela. Su autor, Ray Bradbury, quiso en 1953 alertar a la sociedad norteamericana de lo que sucedería si los regímenes autoritarios decidiesen acabar con los libros, tal y como lo hicieron los nazis en Alemania. En ese entonces, cuando el llamado Macartismo en contra de los comunistas se imponía a lo largo y a lo ancho del territorio de Estados Unidos, Bradbury tejió una obra crítica universal, que trascendió a su país y a su época.
El fondo del asunto es que cualquier Estado autoritario trata de acabar con el conocimiento y el pensamiento crítico de los ciudadanos. Y no solamente ese tipo de Estado. También los partidos políticos, los caudillos, los medios masivos de comunicación, la mercadotecnia y, en estos tiempos, el culto a la imagen y las grandes empresas de Internet. Google nos dice al oído: señoras y señores, más allá de Wikipedia el conocimiento está de sobra.
En 1966 el cineasta francés Francoise Trouffeau hizo su primera cinta a colores y en inglés, basada en la novela de Bradbury. Fue distribuida por Universal Pictures y tuvo un éxito colosal, pero muchos la criticaron por utilizar a la misma actriz -Julie Christie- como la esposa conformista y la joven revolucionaria de la trama.
Ahora, bajo el manto protector de HBO, acaba de salir al aire una nueva versión de Fahrenteit 451. Su director, el también escritor Ramin Bahrani, es un hombre sensible educado en el amor a la literatura impresa. Dice en una entrevista que no podía hacerse a la idea de quemar libros y además grabar las escenas. Pero esa misma imagen fue la que catapultó la idea central de esta nueva versión cinematográfica de Fahrenheit 451: ya a nadie le importa la quema de libros, porque existen las Tablets y los Kindle. Pero eso, precisamente -el supuesto conocimiento almacenado en Internet y las redes sociales- es el nuevo veneno para el pensamiento crítico.
La pluma de Ray Bradbury se extiende hasta nuestros días.