El tiempo de huracanes es previsible. Los meses de julio, agosto y septiembre están cargados de días turbulentos. Aguaceros torrenciales, desbordes de ríos, aguas gigantescas que se estrellan contra los puertos inermes, pueblos desvalidos, puentes desprotegidos y carreteras llenas de baches.
El cambio climático ha catapultado los huracanes a intensidades nunca antes vistas. Los daños son cada vez mayores. La tormenta tropical Earl, que acaba de visitarnos, se ha convertido en el temporal más mortífero en el país en los últimos tres años. Earl se llevó la vida de 50 personas en Puebla, Veracruz e Hidalgo, y las autoridades continúan en busca de varios desaparecidos.
En Puebla, los municipios que más sufrieron las consecuencias fueron los de Huauchinango, Tlaola y Xicotepec, donde perdieron la vida 36 habitantes. En Xaltepec, una localidad del municipio de Huauchinango, se desgajó un cerro sobre la comunidad, causando la muerte de 11 personas, 8 menores y 3 adultos; en Tlaola se reportan 3 fallecimientos por deslaves de montes sobre las viviendas.
Lo que queda, como siempre, es redoblar el apoyo a las víctimas. Pero es necesario insistir en las medidas de prevención. Y una de ellas, tal vez la más importante, es evitar la construcción de viviendas miserables en lugares de algo riesgo, como las faldas de los cerros y los cauces de los ríos.
Toda tragedia arroja lecciones que debemos asimilar.
(Con información de Excélsior)