El pasado 7 de julio un grupo de asesinos disparó mortalmente a Jovenel Moïse, presidente de Haití, e hirió a su esposa, Martine Moïse, en su residencia privada en las afueras de la capital, Puerto Príncipe. El asesinato estremeció a la nación, esparciendo el miedo y la confusión entre los residentes y sembrando un mayor temor sobre lo que está por venir.

Dos estadounidenses se encuentran entre las 17 personas que han sido detenidas hasta el momento. El atentado ha añadido incertidumbre a una situación ya de por sí sombría, con el país clavado con alfileres.

La economía de Haití generó en 2009 un Producto Interior Bruto de 6908 millones de dólares y una renta per cápita de 772 dólares, siendo la más pobre del continente americano y una de las más atrasadas del mundo. Según The World Factbook, el 80 % de su población vive bajo el umbral de la pobreza, y dos tercios de ella son dependientes de la agricultura y la pesca. Su economía está tradicionalmente organizada en pequeñas explotaciones de subsistencia, debilitadas por la carencia y empobrecimiento del suelo disponible, y dependientes de la ayuda exterior. La sobre-explotación y la erosión del terreno son consecuencia de una intensiva y descontrolada deforestación, que ha llevado a la superficie arbolada de Haití del 60 % en 1923 a menos del 2 % en 2006​. Las devastadoras tormentas tropicales que se sucedieron a lo largo de 2008, y el embate  del huracán Matthew en octubre de 2016, han afectado las escasas infraestructuras de comunicaciones que sufren de la falta de inversiones sostenidas por culpa de la inestabilidad y la violencia. El sector industrial más importante es el textil, que representa más del 75 % del volumen de exportaciones y el 90 % del PIB, pero que es fuertemente dependiente de la demanda y las ayudas arancelarias exteriores, particularmente la de los Estados Unidos. ​

El país se encuentra en un hoyo muy profundo. Es responsabilidad de la comunidad mundial el brindarle ayuda.

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