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Hitler, 1939

En septiembre de 1939, Europa despertó en una pesadilla. Adolfo Hitler acababa de invadir Polonia, como primer paso para apoderarse de Europa. Antes de ese lance, nadie pensaba que Hitler fuese una amenaza capaz de llevar a cabo sus pretensiones. Era un hombre con una gran capacidad de oratoria, dueño de ideas simples y megalómanas, artífice de una extraordinaria propaganda para convencer a las masas, irascible hasta el extremo pero -se pensaba-, incapaz de iniciar una guerra que costaría más de 70 millones de muertos.

Y sin embargo sucedió. Hitler fue capaz de encandilar a su pueblo con una mezcla ideológica de supremacía, ambición y genocidio. El discurso del odio encendió a los que se sentían rechazados, perdedores de la guerra, desempleados, arrinconados por el resto del mundo. El apoyo que  recibió lo animó para exterminar al pueblo judío, invadir y someter a la mitad de Europa y destruir culturas ajenas.

Afortunadamente para la humanidad entera, Hitler no tuvo la bomba atómica. Tampoco fue el presidente del país más poderoso del mundo.

 

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