La realidad heredada por las elecciones presidenciales del pasado 3 de noviembre en Estados Unidos ha dejado a la nación entera en un pantano que amenaza con extenderse hasta el 20 de enero del año próximo. En esa ciénega, los funcionarios enfrentan un problema inédito y gigantesco: el presidente en funciones no reconoce los resultados de la elección, y el presidente electo no tiene aún todas las herramientas necesarias para gobernar al país.

Se trata. en la práctica, de una falta de Estado. Sin un poder ejecutivo reconocido por las demás instituciones y por la población en su conjunto, no existe una autoridad unificadora de las políticas públicas que le proporcione al país un rumbo definido.

El candidato ganador ha declarado que la prioridad número uno de su gobierno será el combate al coronavirus. Y eso no es fácil. No hay, ni siguiera, un consenso sobre la existencia del virus y las medidas para combatirlo. Cálculos moderados sostienen que el nuevo gobierno deberá gastar una cantidad de 200 mil millones de dólares mensuales para combatir al virus, hasta que aparezca una vacuna. Y eso, sin tomar en cuenta los gastos necesarios para reactivar la economía.

¿Podrá el nuevo presidente unificar al país después de una campaña que ha paralizado al Estado, desde la Casa Blanca hasta todos los rincones de los condados?  La respuesta se revelará en Febrero.