Acaba de aparecer un artículo muy interesante en la revista Time, escrito por David French, uno excombatiente de la guerra que George Bush inició en Irak en 2007. El autor dice que con la muerte del general Qasem Soleimani se sintió aliviado, porque se trata de un militar muy capaz, conocedor del terreno, con un arsenal muy poderoso en sus manos, y un conjunto de estrategias letales para las fuerzas norteamericanas en Medio Oriente, una de las regiones más explosivas del planeta.
Sin embargo, dice que no está muy seguro de que sus repercusiones favorezcan a los intereses de Estados Unidos en la región. Fue una jugada muy arriesgada, señala, porque las reacciones de Irán son impredecibles, y su venganza puede ser guardada en el polvorín de sus recursos durante mucho tiempo.
Fue una jugada típica de Donald Trump; es decir, un movimiento sin cálculo alguno. A vuelo de pájaro, la muerte de Soleimani puede ser vista como un triunfo de la Casa Blanca, porque así se deshace de un militar que pudo haberle dado a su país una visión guerrera y estratégica letal para las ambiciones de Trump y sus propósitos de reelegirse. Pero también puede verse como un golpe seco en el centro del avispero, un detonante para nuevas acciones bélicas y un caldo de cultivo para el terrorismo de los grupos extremistas en Irán.
Como siempre sucede en estos casos, el mundo quedará a la espera.
Y Trump, sin saberlo, puede resultar el causante de nuevos enfrentamientos. Con o sin Soleimani.