Como todo Estado-nación, el Estado Islámico tiene provincias. Aunque no sea una entidad reconocida internacionalmente, ni se clasifique como una nueva nación árabe, el Estado Islámico ha ido extendiendo sus tentáculos en diversas latitudes de la Tierra.
Su principal territorio se encuentra en Siria y una parte de Irak, y los gobiernos de ambos países no han podido sacarlos de ahí. Hay un estado de guerra sorda, un cierto apoyo de inteligencia por parte de Estados Unidos, pero lo cierto es que el Estado Islámico se ha ido expandiendo y ha ampliado su influencia en la Península Arábiga y en África. En Nigeria, su ejército local es el grupo terrorista de Boko Haram; en Somalia y Kenia, las brigadas de Al-Shabaab.
El anuncio de su presencia en el mundo es siempre lamentable. Hace unas horas se anunció que un nuevo grupo terrorista, que responde al nombre de Provincia de Hijaz, se adjudicó la muerte de 15 personas en la ciudad de Abha, en la frontera de Arabia Saudita con Yemen. El nuevo grupo dice ser parte de una provincia del Estado Islámico, y sus métodos demuestran que los atentados terroristas pueden explotar en cualquier lugar.
Pero no solo eso. Como cualquier Estado que se precie de serlo, el Estado Islámico también tiene su propaganda turística. A través de fotos que pueden llegar a los celulares, los publicistas del grupo terrorista invitan a la recreación en un paisaje bucólico. En las fotos aparecen yihadistas nadando en ríos y balnearios, donde se debe de nadar con pantalón largo y no se admiten mujeres.
Nada parece detener el expansionismo del Estado Islámico. Mientras no exista una coalición de países árabes capaz de contenerlo, su crecimiento será una amenaza para todo el mundo. Como lo fue en su momento el nazismo de Hitler.