Marine Le Pen es una sorpresa para Francia y para el mundo. Muy pocos esperaban que la representante de la extrema derecha en el país galo pudiera pelear la presidencia en igualdad de condiciones con cualquier otro rival. Pero lo ha conseguido. En el último -y único- debate presidencial, la representante del partido Agrupación Nacional logró dar una imagen de política tranquila, segura de sus convicciones y capaz de dirigir una nación dividida una y otra vez. Su programa está fincado en reducir los impuestos y acortar la edad para alcanzar la jubilación.
No es de extrañar que su ingreso a la política estuviera marcado por la violencia. A la edad de ocho años, la fachada del edificio en el que vivía voló por los aires. Un cargamento de 20 kg de explosivos había sido puesto en la escalera del inmueble, mientras toda su familia dormía. El atentado estaba dirigido a su padre, Jean-Marie Le Pen, el fundador del partido ultraderechista Frente Nacional.
A pesar de que todos salieron ilesos, el enorme agujero que se formó en la pared y el temor de que la explosión se repitiera se quedaron incrustados en la memoria de la mujer que ahora disputa unas elecciones presidenciales por tercera vez.
Sin embargo, a pesar de su perseverancia, es improbable que gane. La casa encuestadora Ipsos elabora un seguimiento diario de los sondeos, y sus resultados han ofrecido cifras idénticas para Macron y Le Pen en los últimos días: 56,5% y 43,5%, respectivamente. Lo mismo sucede con Opinion Way, otra de las empresas que están preguntando a diario a los franceses para saber qué candidato tiene más opciones de ganar. Tanto el martes como el miércoles otorgaban a Macron una victoria con el 56% de los votos frente al 44% de la candidata de Agrupación Nacional.
Esa derrota, vista en perspectiva, representaría un nuevo triunfo para Le Pen: sería la demostración de que poco menos de la mitad de los franceses estarían de su parte.