Ahora que tenemos nuevos Delegados, han salido a relucir algunos de los vicios que saturan a las delegaciones de la capital. La nueva delegada Xóchitl Gálvez, ganadora de Miguel Hidalgo, ha entrado con una escoba, porque dice que va a barrer todas las porquerías que hicieron sus antecesores.
Sin embargo, el caso más sonado hasta ahora es el de la Delegación Tlalpan, donde Claudia Sheinbaum, la nueva Delegada, dice que encontró la Delegación saqueada por el anterior Delegado. Dice que cuando llegó a sus nuevas oficinas no tenían computadoras, ni teléfonos, ni archivos, ni mobiliario y por supuesto sin dinero. Unas oficinas vacías, destartaladas y en bancarrota.
¿Y qué dice el antiguo Delegado? Pues nada, dice que él entregó las oficinas tal y como las recibió: sin muebles, sin computadoras y sin teléfonos. Su nombre, que pronto pasará al olvido, es Víctor Hugo Hernández.
¿Será cierto que las Delegaciones son tan pobres que no tienen ni siquiera teléfonos? Pues sí, seguramente. Lo que no es cierto es que los Delegados salen pobres de las Delegaciones. El anterior Delegado de Iztapalapa bebía alcoholes de buena marca, manejaba automóviles de lujo y los estrellaba de madrugada en los postes del Pedregal de San Ángel.
Lo cierto es que las Delegaciones son nidos de corrupción apetecidos por todos. Tomemos, por ejemplo, lo que sucede con el ambulantaje. Los vendedores ambulantes son parte de eso que los académicos llaman el trabajo informal. Un ejército que representa a más de la mitad de los trabajadores del Distrito Federal. Esos trabajadores no pagan impuestos, pero sí pagan mordidas. Hay cuotas muy bien definidas para establecer los puestos, que en una cuadra pueden ir desde los 10 mil hasta los 100 mil pesos. Y después vienen los moches semanales, que van de los 100 a los 500 pesos dependiendo del puesto. Los funcionarios que cobran esto son los que pomposamente se llaman inspectores de calle. En una cuadra, por ejemplo, se puede recaudar más de un millón de pesos por derecho de vía. ¿Y a dónde va todo esto? Pues imaginen. Eso no va a la Secretaría de Hacienda, ni a la Tesorería del Distrito Federal. No señor. Esto es un impuesto informal y una compensación salarial para muchos.
¿Debemos llamar corrupción a todo eso? Pues esa palabra es muy fea. Digamos mejor que son los usos y costumbres de las Delegaciones, de los municipios y de los estados. En general, son los usos y costumbres de nuestro querido México.
¿Quieren las nuevas Delegadas cambiar los usos y costumbres del país, o solo están buscando, como la mayoría de los nuevos funcionarios, una venganza política? Bueno, pues ya veremos. Esperemos que dentro de tres años no entreguen también unas oficinas en ruinas con las arcas vacías.