El Mar Mediterráneo, orgullo de las costas europeas y tema para pintores y novelistas, se ha convertido en un macabro mar de muertos. La miseria de los países de África del Norte, el deseo de emigrar a Europa, los negocios de los traficantes, la guerra desatada por las distintas fracciones islámicas, el terrorismo y la incapacidad de las naciones europeas de dar una respuesta adecuada al fénómeno de una migración que no cesa, son algunas de las causas de las muertes.
El fin de semana un pequeño bote que salió de las costas de Libia rumbo a Italia fue una víctima más en la hilera de catástrofes. Al ver en la lejanía un barco mercante portugués que supuestamente iría a rescatarlos, los pasajeros del bote se agolparon en un lado de la cubierta, y el bote se volcó sin remedio. Hubo más de 700 muertos. Una veintena se salvaron.
Ahora Francoise Hollande, haciéndose eco de los gobiernos del viejo continente, culpa a los Estados Unidos por su tardanza para resolver la situación. ¿Y qué tienen que ver los Estados Unidos en todo esto? Pues en el fondo nada, pero como se trata de la primera potencia del mundo, ahora los europeos -que siempre critican la intromisión de Washington en todos los lugares del mundo-, están suplicando por su ayuda. Europa no puede con el paquete.
Tal vez Italia, por ser la costa más cercana a los países africanos, sea la que mayor carga y responsabilidad tenga en el asunto. Sus esfuerzos se han multiplicado, y las voces xenófobas y racistas que exigen cerrar las fronteras no son tan fuertes en Italia como en otros países, especialmente Francia y Alemania. Pero su gobierno no puede con el paquete. Hace un par de semanas sus costas recibieron a 10 mil emigrantes de Libia, y el año pasado 200 mil emigrantes africanos se internaron por el país. El problema es explosivo, y representa un reto gigantesco, es cierto, para el mundo entero.