Los baños de sangre que han empapado el territorio de Estados Unidos están confluyendo en un tema común: el derecho de armarse para defenderse de cualquier enemigo. Al elaborar la Constitución de ese país, los llamados padres fundadores de la patria tuvieron la arcaica idea de que el derecho a las armas era parte de los derechos humanos fundamentales. Y derivado de ello, pusieron en el amplio universo del mercado la libre venta de rifles y pistolas. En consecuencia, cualquiera puede armarse de los tobillos hasta el cuello para defenderse de sus enemigos, y cualquiera puede armarse de esa misma forma para llevar a cabo masacres como las del cine de Aurora, el bar de Orlando o el concierto de Las Vegas.
El tema, por el momento, ya no es la amenaza omnipresente del Estado Islámico sobre la civilización occidental. Lo que ocurre es otro tipo de terrorismo. Las ráfagas disparadas por la mente febril de Stephen Paddock sobre la explanada de Las Vegas pusieron en todos los medios el asunto siempre controversial de la libertad de vender y comprar armas para todos los ciudadanos. Los equilibrados y los desequilibrados. ¿Es necesario volver más estricta la legislación para distinguir a los sicópatas de los que simplemente quieren defender a sus familias? Hoy en día, fuera de Estados Unidos, ya son pocos los que muerden ese anzuelo. El tema de fondo es la libre venta de armas o su prohibición definitiva. Pero la opinión pública norteamericana camina lentamente en ese sendero. La encuesta más reciente en Estados Unidos arroja ciertos cambios: casi la mitad de los republicanos -férreos defensores de la libertad de armarse- están ahora por un mayor control en la venta de armamentos. Y como casi todos los demócratas están a favor del control armamentista, resulta que ahora la mayoría de los líderes políticos del país está por un cambio en ese sentido.
No así la Casa Blanca. Para la precaria lógica política de Donald Trump, la violencia debe contenerse con violencia. Si un demente abre fuero contra una multitud inerme con un arsenal comprado libremente en las armerías, lo que hay que hacer es fortalecer a la policía. Eso es lo que acaba de hacer: enviar un millón de dólares al Departamento de Policía de Las Vegas como retribución a su labor.
Son dos opciones bastante simples: una, para detener la violencia hay que quitar las armas. Otra, para detener la violencia es necesario tener más armas.
En Inglaterra la libre venta de armas se prohibió en 1997. Desde ese año, los ataques de sicópatas a masas desprotegidas disminuyeron drásticamente. Y es un caso entre muchos.