La profunda división de Estados Unidos es un regreso a los años 60´s del siglo pasado. En esa década el país vivió un fractura irreversible, expuesta por las revueltas estudiantiles, el surgimiento de la cultura hippie, el imperio de las bandas de rock, el amor a la naturaleza, la expansión de las drogas y el rechazo de la guerra de Vietnam. Fue una década turbulenta, marcada por la sangre derramada en la guerra y los crímenes políticos de Martin Luther King y Robert Kennedy.
Hoy la división está fincada en la figura de Donald Trump. Las cifras de votación lo expresan. 60 millones de estadounidenses lo apoyan. Una misma cantidad lo rechaza. Si bien las marchas a favor y en contra muestran una carga mayor hacia el repudio, los pasos iniciales de la división apuntan geográficamente a los estados costeros contra los del centro del país, las generaciones jóvenes contra sus padres, y la raza blanca contra todas las demás.
La figura más beligerante de la contienda es la del nuevo presidente. Parece que la mayor parte de su tiempo la gasta en defenderse de fantasmas y atacar a sus adversarios. Y sus baterías se empiezan a enfilar hacia la prensa. Después de la comparación de lo nutrido de las marchas de oposición, Trump ha culpado a los medios de deformar la realidad. Sobre todo a The New York Times, CNN, NBC, The Washington Post, Time Magazine y ABC. Es decir, la opinión de los creadores de la opinión pública.
Otra trinchera de la oposición son los actores de Hollywood y los músicos de la Unión Americana. La participación como protagonistas de las marchas de celebridades como Madonna, Alicia Keys, George Clooney, Emma Watson y Scarlett Johansson pone de manifiesto que el cine no será benévolo con el nuevo mandatario.
Sin embargo, el trasfondo de la lucha que se avecina no parece ser pacífico. La exacerbación del racismo, la xenofobia y la misoginia pronto rendirán sus nuevos frutos. No habrá, como en los años sesentas del siglo pasado, el slogan de los hippies. Esta vez no habrá ni paz, ni amor.