En Florida ha estallado un conflicto que define el carácter retrógrado de las bases del Partido Republicano. El centro de los ataques, aunque parezca mentira, es la empresa Disney, que según los republicanos ha acumulado una gigantesca influencia política y se ha convertido en una máquina de adoctrinamiento para defender a las posturas de las personas homosexuales y transgéneros.
Cuando en 1967 la multinacional estadounidense de entretenimiento Walt Disney World obtuvo autonomía para operar en las zonas donde están ubicados sus parques, su intención era construir una ciudad futurista y un parque temático. Así nació lo que ahora se conoce como Epcot. En un área de aproximadamente 100 kilómetros cuadrados que se asienta entre los condados de Osceola y Orange, en el centro del estado, Walt Disney World tiene tal autonomía que cuenta con su propia policía y cuerpo de bomberos, entre otros aspectos. Disney es uno de los mayores empleadores privados de Florida: el año pasado, la empresa dijo tener más de 60.000 trabajadores en el estado. Sin embargo, el gobierno de Florida quiere acabar con este beneficio, en medio de una acalorada discusión política en torno a la polémica ley que los críticos han denominado ‘No digas gay’, que prohíbe la instrucción sobre orientación sexual e identidad de género a los niños desde el jardín hasta tercer grado.
Hasta hace poco tiempo, se habría considerado inaceptable usar el poder del gobierno para imponer sanciones económicas a las empresas que llegasen a expresar opiniones políticas que no son de su agrado. De hecho, hasta podría ser inconstitucional. Pero el ataque a Disney ha ido mucho más allá de las represalias financieras: de pronto, Mickey Mouse es parte de una extensa conspiración. La vicegobernadora de Florida acusó a Disney en Newsmax de “adoctrinar” y “sexualizar a los niños” con su “plan no secreto”.
Cuando salieron a la luz pública, nadie pensó que los personajes de Disney fuesen los miembros de una conspiración. Eso no lo pensó ni Pluto.