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Novelas con votos

En la Conferencia Magistral  titulada “Breve Historia del Futuro de las Elecciones”, impartida por el profesor John Keane, catedrático de la Universidad de Sydney, Australia, se habló del desencanto de las elecciones. La plática tuvo lugar en el Auditorio del Instituto Nacional Electoral, días después de que las elecciones en cuatro entidades federativas le daban la razón al conferencista.

John Keane sostuvo que existen nuevos fenómenos en los sistemas democráticos de todo el mundo, y que los viejas prácticas que desvirtúan a la democracia se presentan con mayor virulencia. Al desencanto electoral se le une el poder del dinero sucio y la fuerza del capitalismo, las campañas insultas y permanentes, la apatía de los ciudadanos, las elecciones sin democracia y el monitoreo independiente de los procesos electorales.

La conferencia no tuvo desperdicio, y abrió las puertas para adquirir perspectivas más amplias que las plataformas chatas de los partidos o la simple aplicación de las leyes electorales. Para ubicar los extremos que definen el momento de las elecciones, Keane recurrió a la literatura. Habló de los novelas paradigmáticas, La jornada de un escrutador, de Italo Calvino, y La vista, de José Saramago. En la primera, un militante del Partido Comunista de Italia acude a las primeras elecciones después del fascismo de Mussolini, y el suceso es percibido como un momento casi religioso, donde todos los hombres recuerdan la igualdad de la condición humana, y participan en las elecciones sin importar su riqueza o su miseria, sus creencias religiosas o el color de su piel. Cada voto cuenta igual para todos.

En la segunda novela las elecciones se llevan a cabo en el país de la lucidez, y la mayoría emite su voto en blanco como protesta. Las autoridades toman esto como una afrenta insostenible, dicen que se trata de un acto terrorista, el ejército y la policía se acuartelan, buscan bombas entre las casas, las elecciones terminan en el caos, y la democracia se precipita hacia el abismo.

El autor dijo que el mundo se mueve entre ambos extremos, y que los peligros que enfrenta la democracia pueden terminar por destruirla. O por mejorarla, si se superan.

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