La ciudad antigua de Palmyra, en Siria, está en peligro de desaparecer después de 4,000 años de existencia. El sitio es una reliquia única, ya que ha sido el refugio de caravanas antiguas en el desierto, lugar de paso obligado en la vetusta ruta de la seda, y ciudad vital para los Asirios, visitada por el Rey Salomón de los judíos, colonizada por los Griegos, los Romanos, los Otomanos y los árabes. Las religiones profesadas en sus templos han sido múltiples. Palmyra gozó de su propio imperio entre los años 270 y 273 de nuestra era, y sus vestigios se han conservado milagrosamente hasta nuestros días.
Pero hoy en día es un sitio en poder del Estado Islámico, un grupo fundamentalista que se ha caracterizado -entre otras cosas-, por destruir las figuras de todos los cultos ajenos. Para desgracia de la humanidad -ya que la UNESCO declaró a la ciudad como uno de sus patrimonios-, el Estado Islámico ha llenado de explosivos todos los rincones de la ciudad. Y como el Estado Islámico se encuentra en guerra con el ejército Sirio del dictador Bashar-al -Assad, es probable que pueda hacer estallar la ciudad en mil pedazos si sus enemigos logran echarlos del sitio.
La misma estrategia tenía Hitler cuando las tropas aliadas avanzaban por el territorio de Francia. Hitler ordenó poner explosivos en todos los sitios históricos de París para volarlos cuando sus ejércitos abandonaran la ciudad. Afortunadamente, el comandante nazi que estaba a cargo de hacer explotar París no lo hizo.
Esperemos que el Estado Islámico no sucumba a esa tontería. Sería una pérdida irreparable.