Tuvieron que pasar muchas décadas, pero finalmente los hombres y las mujeres de México llegamos a la igualdad. Por lo menos en el Congreso de la Unión.

El 3 de julio de 1955 -hace 63 años- nuestras madres y abuelas votaron por primera vez en el país. Fue un momento histórico, pero nada cambió en términos de equidad de género. Las mujeres siguieron enclaustradas en las cocinas de los hogares, los salarios siguieron siendo profundamente injustos para las mujeres, los hombres siguieron mandando en las escuelas, las calles, los hospitales y las oficinas.

El pasado 1o de julio tuvo lugar un cambio. No solamente el candidato puntero se llevó el carro completo de los votos, sino que la composición de género del Congreso llegó por vez primera a la igualdad. En la LXIV Legislatura, el 50.8% de las curules serán ocupadas por hombres, y el 49.2% de ellas por mujeres. Y en el Senado, el 49% serán hombres y el 51% mujeres.

¿Se trata de un cambio profundo en términos de la igualdad de género para el país? ¿O es simplemente un maquillaje numérico, donde la realidad terminará siendo exactamente igual?

No lo sabemos. Tal vez la próxima legislatura quiera realmente hacer historia, deje de ser una casta privilegiada y se meta al fondo para contribuir a hacer de México un país de leyes y un Estado de Derecho.

O tal vez sea simplemente un regreso al viejo presidencialismo, donde el Congreso sea la caja de resonancia de las voluntades del Ejecutivo. Solo que ahora la voluntad del Señor Presidente se cumplirá con votaciones paritarias. Mismas manos levantadas de hombres que de mujeres.