Prohibir la celebración de un referéndum es como prohibir la celebración de las elecciones. Un acto antidemocrático por antonomasia. Así lo ven los catalanes que acudieron a las urnas para votar si se quedan en España o si forman su propia reopública. Así lo ven los españoles que, aún si están en desacuerdo con la independencia de Cataluña, rechazan la violencia como remedio para terminar con las pulsiones separatistas. Así lo ven los europeos que, estando a favor de la unidad en Europa, no están seguros de aceptar a un nuevo miembro -la República Catalana- que hubiese nacido a mitad de tal turbulencia. Y así lo ve el resto del mundo, asombrado por ver a la policía española cargar contra las urnas y los votantes.
Las escenas que se vieron en Cataluña parecen confusas a primera vista: ¿policías secuestrando urnas? ¿enfrentamiento entre la policía y los bomberos? ¿un joven votando en el referendum separatista envuelto en la bandera de España? ¿centenas de heridos por ejercer su derecho al voto?
Aunque muchas voces se levantan para protestar por lo que parece ser un regreso al franquismo, en el fondo se trata de un error garrafal del gobienro de Mariano Rajoy. Enviando a la policía a golpear votantes, el presidente de España se encierra en la claustrofobia de su propio partido. Todas las demás fuerzas políticas de España lo han condenado. Y el Partido Laborista del Reino Unido. Y la BBC. Y The New York Times. Por lo pronto.
Sin quererlo, Rajoy ha puesto su parte para que Cataluña salga de España. Y para que el propio Rajoy salga del gobierno.