El alcalde de Nueva York, Eric Adams -en la fotografía- acaba de proponer el retiro de buena parte de las armas que se encuentran en manos privadas, y la restauración de una controversial unidad de policía anti-armas.

En lo que va de año, varios hechos violentos han recordado a los neoyorquinos el grado de violencia de décadas pasadas. Los últimos casos fueron la muerte de un policía, el homicidio de una joven de 19 años en un restaurante de fast-food en el este de Harlem, y una bala perdida que hirió a una bebé de 11 meses en una calle del Bronx.

Aunque «estadísticamente, Nueva York es una de las ciudades más seguras de Estados Unidos, no vamos a volver a los viejos malos tiempos», prometió Adams.

Además de reforzar las patrullas policiales, en particular en los lugares donde se produce el 80% de la violencia, el alcalde prometió «reparar los colegios, apoyar a los neoyorquinos sin techo, mejorar el acceso a los servicios de salud mental y cambiar la legislación».

Como es obvio, las armas son el principal problema que se encuentra detrás del aumento de la violencia. En lo que va de año, la policía ha confiscado 350 armas ilegales en las calles y el año pasado más de 6.000, señaló el alcalde.

Pero el problema va mucho más allá. En Estados Unidos, el derecho a poseer y portar armas se considera parte de los derechos humanos fundamentales, como la libertad de expresión y la libertad de tránsito. Mientras esa visión fundamental no cambie, la violencia seguirá dominando en las calles, en las escuelas, en los domicilios y en la mentalidad bélica del estadounidense común y corriente.