México ocupa el segundo lugar mundial en la producción de amapola. El primero es Afganistán, que inunda al mundo con las tres cuartas partes del cultivo de la flor. Según fuentes de Estados Unidos, en México se cultivan 12 mil hectáreas de amapola, y el estado de Guerrero es el primer productor de la planta.
En Guerrero hay más de 1,200 comunidades dispersas que viven del cultivo, el cual genera una ganancia de 400 millones de dólares en cada ciclo de cuatro meses. El año pasado el municipio de Coyuca de Catalán, cuyo territorio se extiende por la Tierra Caliente y la Sierra, ocupó el primer lugar en la siembra de la flor; la Sedena ubicó mil 134.25 hectáreas sembradas, y los soldados las destruyeron.
La historia de la amapola es una trayectoria de dinero, riqueza y muerte. Hace casi medio siglo, el crimen organizado llegó a la zona para convencer a las familias campesinas de sembrar la flor a cambio de fuertes sumas de dinero como anticipo, y con el tiempo el cultivo se convirtió en una actividad de punta en la región. Algo muy eficiente, con altos márgenes de ganancia. Los cárteles implementaron cursos de cultivo y cosecha entre los campesinos, y muchas familias pobres empezaron a mejorar su situación económica. Algunos se compraron carros. Otros, cambiaron sus jacales por casas de doble piso. El progreso llegó a la sierra.
Pero la prosperidad tuvo sus costos. Los grupos delictivos se hicieron la guerra en la montaña, arrastraron a pueblos enteros al exilio, llenaron de sangre el estado. Las desapariciones de gente se hicieron costumbre. La compra de autoridades municipales también. El caso de los desaparecidos de Ayotzinapa y la pareja de alcaldes de Iguala es apenas una lápida en el cementerio creado por la amapola. Pero el negocio no se detuvo. En estos días, en cada hectárea sembrada de amapola se producen ocho kilos de goma de opio, con la cual se puede sacar un kilo de heroína que, en el mercado negro, tiene un precio de cuatro millones 500 mil pesos.
Ahora que el presidente Peña Nieto lanzó una ley para legalizar la mariguana, muchos piensan que la salida de este laberinto de muerte sería legalizar también la amapola. Pero introducir el libre mercado en un territorio gobernado por el crimen organizado no es tan fácil. Por eso sería mejor nacionalizar el cultivo, aquí sí, pasar la responsabilidad al Estado, para que la amapola sirva a la sociedad con sus fines medicinales, y se convierta en un motor de desarrollo de la región.
Se dice fácil, claro, pero es una solución que pasa por el tamiz de acabar con los grupos del crimen organizado. Y eso, desgraciadamente, no se logra por decreto.
(Con información de Excélsior)