Por la espléndida narrativa del Cuento de Navidad, de Charles Dickens, el nombre de Scrooge saltó a la fama en todos los idiomas. Se convirtió en una especie de símbolo de la navidad, pero a la inversa. Scrooge es un viejo avaro, solitario y detestable, incapaz de ser feliz con cualquier roce humano, afanoso con las actividades que multipliquen sus ganancias, intolerante y gruñón con todo el prójimo, amante de sus billetes y nunca satisfecho con su fortuna.
En el cuento de Dickens, Scrooge recibe la visita de un grupo de fantasmas que le revelan su futuro si sigue siendo víctima de su avaricia, y el anciano recapacita y termina por conocer las recompensas de la generosidad. El cuento tiene, como todos los cuentos de antaño para niños, un final feliz.
Desde su nacimiento, Scrooge ha sido el símbolo de la cerrazón y tacañería que se oponen a la felicidad de las navidades. Por eso ha sido utilizado por muchos para comparar esos defectos con los de sus contemporáneos. En un reciente artículo publicado por The New York Times, el premio nobel de economía Paul Krugman afirma que podría compararse a Donald Trump con Scrooge por sus políticas de recorte a los programas que benefician a los sectores más pobres o a las víctimas de desastres naturales, pero que esa comparación sería injusta con el personaje de Dickens. «Scrooge -dice Krugman- no es un personaje que goza con la desgracia ajena; Donald Trump y sus aliados sí lo hacen.»
En el extremo opuesto del comportamiento de Scrooge podría situarse al actual gobierno de México. Sus programas de bienestar social, de apoyo a los discapacitados y las personas de la tercera edad pueden representar al espíritu que infunde los regalos navideños. Y la crítica a esa política está implícita en el mismo mensaje: tal vez eso no sea más que un conjunto de regalos navideños. Lo que hace falta, realmente, es enseñar a los más pobres a salir de la pobreza por sus propios medios.