Aunque se concentra de manera prioritaria en los países árabes, el terrorismo no tiene fronteras. Si bien los grupos más reconocidos son Al-Qaeda, el Estado Islámico y Boko Haram, la fragmentación y proliferación de los grupos terroristas es un fenómeno que no tiene principio ni fin.
El objetivo puede ser cualquier sitio lleno de gente. Por eso los blancos han sido no solo las Torres Gemelas de Nueva York, sino también el Metro de Madrid, el Maratón de Boston, las mezquitas de Yemen o un museo en Túnez.
El último atentado fue perpetrado por un suicida lleno de bombas en un banco al norte de Afganistás, donde por lo menos murieron 33 personas y 100 más resultaron heridas.
¿Cuál es el objetivo de todo esto? Muchos analistas coinciden en que se trata de publicidad. El terrorismo se ha convertido en un instrumento de amenaza, una prueba de que los terroristas no se detienen ante nada, y que las acciones cobardes contra gente inocente no les preocupan en lo absoluto.
En una época donde el fanatismo ha resurgido con un mayor ímpetu, el terrorismo se está convirtiendo en el mal del siglo.