Después de una año turbulento, en el que la Academia de los Premios Nobel de Suecia fue acusada de tráfico de influencias, abusos sexuales e indiscreción, este año se dio a conocer el nombre del ganador del Premio Nobel de Literatura; el austríaco Peter Handke. La decisión pareció el deseo de querer permanecer, a toda costa, a mitad de los escándalos.

El autor es hijo de un soldado nazi y una madre que proviene de una etnia indígena de Slonvenia, y su infancia estuvo marcada por la separación y la tragedia. Su padrastro fue un alcohólico que le hacía ver su suerte cada vez que regresaba a su casa, y la madre terminó por quitarse la vida después de la fase más  atormentada de su existencia.

Tal vez el momento cimero de la vida del escritor, antes de convertirse en un Premio Nobel denostado por muchos sectores, fue la participación que tuvo en el guión de la película «Las alas del deseo», del célebre cineasta alemán Wim Wenders. Luego tuvo un cierto éxito en el teatro de Frankfurt con su obra «Ofendiendo a la audiencia», y en el cambio de siglo tomó partido por la causa serbia en la carnicería que se desarrolló en Yugoslavia para el asombro de todo el mundo.

Ahora las obras del Premio Nobel llevan la insoportable carga de sus inclinaciones políticas. Handke tuvo la mala idea de defender hasta la muerte al dictador Slobodan Milosevic, un criminal de guerra que enfrentó más de 60 cargos de genocidio, deportación y tortura antes de su muerte. Por  eso, como muchas veces sucede, la parcialidad de sus posturas políticas empañará para siempre sus obras literarias. No hay remedio.