Una de las características de la naturaleza humana es la necesidad de un líder a quien seguir. Eso se manifiesta desde la edad más temprana, cuando el niño pequeño sigue las indicaciones de su madre. Al ir creciendo, el niño se identifica con el padre, o con una figura que represente la autoridad, el respeto y la protección que brindan los padres. Posteriormente, el joven se va identificando con aquellas figuras capaces de resolver problemas o simplemente mover masas, casi siempre apoyados en los medios de comunicación masiva.
En nuestros días, la figura que ha inundado los medios por sus logros deportivos es la del Checo Pérez (en la fotografía) que acaba de ganar el Premio de Singapur, y tiene una estela fulgurante de premios en todo el mundo.
Sin embargo, en la otra cara de la moneda de la fama, se encuentra en el seguimiento a la fama de los narcotraficantes, que muchas veces se presentan como los hombres fuertes a quien seguir. Eso sucedió en el 491 aniversario del Ayuntamiento de Culiacán, en Sinaloa, donde -por error, dicen- se mostró el rostro de Joaquín «El Chapo» Guzmán para cerrar el concierto.
Qué vergüenza.