En estas fechas navideñas, uno de los deseos que más se envían entre las familias, los individuos y las naciones es la paz. «Noche de paz, noche de amor», reza el inicio de la canción que se canta por todo el mundo en nochebuena.
Sin embargo, ese deseo está muy lejos de cumplirse a cabalidad porque los conflictos se multiplican en todas las latitudes del mundo, y porque la industria armamentista sigue su curso más allá de los buenos deseos. En 2019, último año de los que se tienen recuentos, el gasto total en materia militar en todo el mundo, fue de 1.9 billones de dólares, o sea, casi dos millones de millones de dólares. Esto corresponde al 2.2% del PIB mundial, que son cerca de 250 dólares por habitante de la Tierra.
En Estados Unidos, el país que lleva la delantera en muertes por armas de fuego, esta semana se rompió un récord con una cifra de 430 a la semana, lo cual representa el número más elevado en los últimos 20 años.
Los culpables de todo eso no son un puñado de maleantes. Es la sociedad en su conjunto, con su libertad para vender, comprar y portar armas, su publicidad sobre el machismo de andar armados y la impunidad que rodea a los criminales que asesinan a diario.
Este fin de año en Michigan tuvo lugar la última tragedia de muertes a mano armada. Todo empezó con un regalo navideño en la víspera de la nochebuena. Los padres de Ethan Crumbley, un joven de 15 años de edad, le regalaron a su hijo una pistola semiautomática Sig Sauer de 9 milímetros. El joven estaba encantado con el obsequio, y lo presumía con orgullo entre sus amigos del vecindario. “Miren mi nueva belleza”, decía al mostrar la pistola.
Un día después el adolescente utilizó el regalo que sus padres le compraron con mucho cariño para disparar fatalmente contra cuatro compañeros de clase en los pasillos de la secundaria Oxford High School, ubicada en los suburbios de Detroit.
Karen D. McDonald, la fiscala del condado de Oakland, reveló los detalles al tomar la inusual decisión de presentar cargos por homicidio involuntario contra los padres del atacante, James y Jennifer Crumbley. McDonald dijo que los Crumbley eran culpables en el tiroteo escolar más mortífero del año porque permitieron que su hijo tuviera acceso a un arma, mientras ignoraban las flagrantes advertencias de que se encontraba al borde de cometer acciones violentas.
Es la primera vez que la acusación de un crimen de este tipo involucra a los padres del adolescente.
Ambos se encuentran prófugos.