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Versus Twitter

La imagen no tiene nada de violenta. Un joven de secundaria observa de cerca el tamborileo de un nativo de las comunidades indígenas en una marcha pacífica en Washington. Pero los rasgos del joven son de evidente burla, y en su gorra se lee el lema de Trump sobre Make America Great Again. Tras él, un grupo de compañeros sonríe y se deleita con la sorna.

Eso apareció hace unos días en Twitter. Y de inmediato la red se convirtió en un campo de guerra donde participaron otros jóvenes estudiantes, grupos de liberación de todo tipo, pastores protestantes, políticos de todas las banderas y un gobernador. Poco después, la CNN entrevistó al joven que apareció en la imagen y declaró que no fue burla, que jamás le faltó al respeto a nadie, y que quería platicar con el músico. Pero no estuvo bien asesorado para decir su mentira. Nadie le creyó. Excepto Dondald Trump, que invitó a todo el grupo de estudiantes a la Casa Blanca.

Horas después, varios periodistas culparon a Twitter por el reduccionismo de la información. Las primeras reacciones fueron de linchamiento contra los jóvenes. Enseguida, hubo deseos de linchamiento contra los que quisieron linchar a los jóvenes. Como siempre, los bandos se definen con insultos. Y esa reacción en cadena está afectando al periodismo. No solamente el norteamericano.

Algunos escritores de The New York Times reaccionaron con vehemencia. Twitter sumerge a los periodistas en las telenovelas de las guerras tribales, y favorece la puesta en escena de los peores instintos sociales. En unos cuantos caracteres se olvida la necesidad de investigación, el análisis de las causas más profundas de los fenómenos y el deseo de comprender la realidad viéndola en todas sus aristas. Ante todo, prevalece la superficialidad. Aquí no solamente se rinde culto a la imagen. Las redes sociales arrojan a las multitudes de usuarios a la repetición de frases fáciles, los estereotipos más tontos, las mentiras irresponsables, la falta de curiosidad y juicio crítico.

El imperio de Twitter, señalan, está afectando con su ponzoña al periodismo estadounidense. Es una avalancha en la que no habrá ganadores.

 

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