Después del giro electoral de Estados Unidos hacia el fascismo, Francia se prepara para dar la siguiente vuelta a la derecha. No será una alternativa tan dramática como la de Donald Trump, que promete un gobierno cercano al de Adolfo Hitler. No. Eso sería darle el poder a la ultraderechista Marine Le Pen, enemiga acérrima de la migración musulmana al territorio francés, opositora de la Unión Europea y abierta simpatizante de Vladimir Putin -al igual que Trump.

La alternativa más probable para ser el próximo presidente de Francia se llama Françoise Fillon, quien fuera primer ministro del gobierno de Nicolás Sarkosy, y quien promete un suave pero consistente viraje hacia la derecha. Porque en efecto, Fillon se ha declarado también un enemigo de la migración árabe, pero a la vez sostiene un conjunto de medidas que echarían por tierra las políticas históricas del socialismo, desde la administración de Françoise Mitterrand hasta la de Françoise Hollande. Fillon afirma que los impuestos tienen que bajar para atraer la inversión de los empresarios, que la deuda pública tiene que reducirse recortando fuentes de trabajo de la burocracia -el 10% de la población empleada trabaja en el gobierno- y eliminando programas de apoyo a las clases desprotegidas y los desempleados.

El llamado «impuesto a la riqueza», establecido por la presente administración a las propiedades del sector más pudiente de Francia, será eliminado a corto plazo. Eso dice Fillon.

La sorpresa electoral es que hace unos días Françoise Fillon ganó las primarias con vistas a las elecciones del 7 de mayo del próximo año. El ganador obtuvo el 62% de la votación. Françoise Hollande, el actual presidente, apenas alcanzó un 4%. Los números lo dicen todo.

Cierto, de aquí al mes electoral -falta un semestre- muchas cosas pueden pasar. Lo sorprendente es que los seguidores de Hollande están discutiendo la conveniencia de votar por Fillon -para evitar el ascenso de Le Pen.