Cuando acaba de caer el telón sobre el referéndum en el que Escocia pudo haber ganado su independencia del Reino Unido, en España se abre otro capítulo que implica la independencia de una región que se siente, en muchos sentidos, separada del gobierno con sede en Madrid. Se trata de Cataluña, esa región con un lenguaje propio y un poderío económico muy importante, que ahora busca seguir el camino trazado por las naciones que alcanzaron su independencia con el desplome de la Unión Soviética.
En la superficie del conflicto por la autonomía de Cataluña, sus habitantes no se sienten parte de España. Barcelona, su capital, es una ciudad con perfiles cosmopolitas y restoranes afrancesados, que mira de cara al mar y a su propio futuro. Su equipo de futbol siempre ha sido una pesadilla para el Real Madrid.
En el fondo, hay una pugna económica difícil de resolver. Cataluña tiene un Producto Interno Bruto que es el mayor de las provincias españolas, y los catalanes tienen que mandar sus excedentes a las arcas gubernamentales de Madrid. Y lo que les devuelven es mucho menos de lo que mandan. Para los catalanes, su país está subsidiando a España con su riqueza.
El Parlamento Catalán acaba de aprobar una ley de consultas para que el gobierrno llame a un referéndum sobre la independencia de Cataluña el próximo 9 de noviembre. Con ese tema sobre la mesa de discusiones, el gobierno de Madrid y el parlamento de Barcelona jugarán a las vencidas las próximas semanas.