Los que esperaban un discurso bélico o triunfalista se quedaron esperando. No hubo ninguna proclamación de victoria, ni siquiera de misión cumplida, y mucho menos la promesa de que la lucha en Ucrania terminaría pronto. El discurso se dio con una balanza muy equilibrada. No hubo llamamientos a nuevos sacrificios o a una movilización mayor, ni mucho menos amenazas de ataque nuclear, ni pronunciamientos escandalosos sobre la guerra ancestral de Rusia con Occidente.
En lugar de eso, el presidente Vladimir Putin se plantó en la Plaza Roja de Moscú el lunes, en la festividad secular más importante de Rusia -el día en el que Rusia conmemora el Día de la Victoria de la Segunda Guerra Mundial con un desfile militar larguísimo por la Plaza Roja de Moscú- y transmitió un mensaje muy templado para el público ruso en general: les dijo, en síntesis, que podían seguir viviendo sus vidas. Tranquilamente. Los militares seguirían luchando para librar a Ucrania -según el discurso oficial-, de “torturadores, escuadrones de la muerte y nazis”; sin embargo, Putin no mostró intenciones de preparar a su pueblo para un conflicto más amplio.
El tono calculado muestra que, aunque algunos funcionarios occidentales predijeron que Putin aprovecharía la festividad del 9 de mayo para redoblar la guerra, el líder sigue siendo cauto a la hora de exigir cualquier cosa a los rusos de a pie. De hecho, el único anuncio político que hizo Putin en su discurso fue uno destinado a mitigar el dolor causado directamente por la guerra: firmó un decreto para proporcionar ayuda adicional a los hijos de los soldados muertos y heridos.
De hecho, aunque más de 15.000 rusos fueron detenidos en las protestas contra la guerra en las primeras semanas de los enfrentamientos, la gran mayoría permaneció en silencio, aunque se opusiera a ella.
Más vale seguir vivo y en libertad, que muerto o en prisión.