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El relevo de los zares

Rusia no es un país democrático. Aunque existen elecciones, la nación más grande del mundo sigue requiriendo un hombre fuerte que condense las atribuciones del poder en su puño, centralice las aspiraciones idílicas de todos los ciudadanos, sea el comandante en jefe del ejército, identifique la grandeza del país con su figura. Un hombre fuerte, todopoderoso. Un zar de la vieja Rusia.

La figura del zar sigue viva. No desapareció con la muerte de Nicolás II en los sótanos de su casa durante la Revolución Rusa. Fue encarnada posteriormente en los liderazgos de Lenin, Stalin, Nikita Khrushchev, Boris Yeltzin y ahora Vladimir Putin. Mikhail Gorbavech fue el único líder que trató de terminar con la figura omnipotente del zarismo, y terminó fuera del Kremlin.

Vladimir Putin, el zar actual de todas las rusias -como le llamaban a Nicolás II-, ha resultado un autócrata con grandes habilidades para llegar y mantenerse en el poder. Ha maniobrado para ganar la presidencia en las elecciones y poner gente a su cargo en su ausencia, ha sometido a la oposición con golpes y prebendas, gobierna con la iglesia ortodoxa a su lado, controla a los principales medios de comunicación, cuenta con el apoyo incondicional de la Duma -el parlamento ruso-, presume su musculatura en diversos videos.

Si el nuevo zar de Rusia tuvo el poder suficiente como para influir en las elecciones de Estados Unidos y lograr el triunfo de Donald Trump es un asunto que aún está por verse, pero se nota a la distancia que el tema le divierte a Putin. Y mucho.

Lo que no le divierte nada es que en las próximas dos semanas saldrá de la cárcel el hombre que puede despojarlo del trono. Se llama Alexei Navalny, y tiene apenas 41 años. Aparece en la foto. Es un opositor que se ha convertido en el único opositor. Con el asesinato de Boris Nemtsov a las puertas del Kremlin y el exilio de Garry Kasparov con todo y su tablero de ajedrez en Nueva York, Navalny se ha convertido en el rival a vencer en las elecciones del año entrante.

Alexei Navalny es un opositor indomable, que ha construido su campaña a partir de una denuncia permanente de la corrupción de Putin, del Kremlin y de todos sus allegados, los de la Duma y los de las instituciones del Estado. En su programa político aparecen también temas como la inversión en infraestructura, la imposición de un salario mínimo, la gratuidad de la educación y la salud, la descentralización política y económica de Moscú, la transparencia en las empresas del Estado, la implementación de visas para los trabajadores que llegan a Rusia de Asia y una mayor apertura económica con la Unión Europea.

Pero existe un detalle adicional, importante para el momento. Según Oleg Kashin, corresponsal en Rusia para The New York Times, Navalny es dueño de una personalidad que fulmina a sus críticos, al igual que la de Putin. Es un orador sin partido, que arrastra multitudes en las calles. Lo siguen en todo el país. Lo siguieron en las manifestaciones tumultuarias de marzo y junio, que terminaron en enfrentamientos con la policía. Y su círculo de colaboradores cercanos, al igual que los de Putin, están bajo sus órdenes por un salario que Navalny paga de su bolsillo. Es, al igual que Putin, todo un patrón.

Tal vez ha llegado el momento para Rusia. En las próximas elecciones, puede sonar la hora de reemplazar al zar.

 

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