Para Paul Krugman, Premio Nobel de Economía y crítico despiadado de Donald Trump, Estados Unidos no está perdido. Tiene salvación, dice en su último artículo para The New York Times. La ciudadanía no se ha refugiado en la vida privada y en sus hogares. Ha salido a las calles, ha expresado en numerosas marchas su inconformidad, no ha dejado que el caudal de tonterías dichas por su presidente se convierta en una costumbre que hay que escuchar todos los días.
Esa ciudadanía se expresó claramente en la marcha multitudinaria que hicieron las mujeres a los pocos días de la toma de posesión de Trump. Ha estado resistiendo los embates de los neonazis, los racistas de siempre y los supremacistas blancos, envalentonados por los discursos y la tolerancia de Trump hacia sus expresiones más violentas. Y se expresó en las elecciones de Alabama, donde por primera vez triunfó un demócrata.
Lo que no tiene remedio, a juicio del Premio Nobel, es el partido republicano. No se representan más que a sí mismos. Es un grupo de interesados que han decidido apoyar a Trump en todas sus medidas, aunque afecten a la mayoría de la población. Un ejemplo muy claro fue la votación del presupuesto y la llamada reforma fiscal. Se trata de una serie de medidas orientadas a beneficiar a los grandes capitales, que se encuentran muy bien representados en el gabinete de Trump. Ni siquiera uno de los fuertes críticos de Trump, como John McCaine, tuvo las agallas para oponerse.
Pero Krugman tiene fe. ¿En quién? En el pueblo estadounidense que, dice, saldrá adelante para detener a un hombre que no está preparado, ni moral ni intelectualmente, para seguir ocupando el Salón Oval de la Casa Blanca.