En México el tigre anda suelto. No es el pueblo pidiendo justicia por su propia mano, ni las protestas callejeras por los fraudes electorales. Es algo mucho peor. Es la escalada de violencia que no se detiene, que cobra nuevas vidas a diario, y que ha puesto al país en el nivel de las naciones más violentas del mundo, junto con Siria, Afganistán e Irak.
De acuerdo con un estudio llamado el Índice de Paz México 2018 el nivel de paz en México se deterioró un 11 por ciento en los últimos 12 meses, y esto se debe al máximo histórico de homicidios que se alcanzó el año pasado. Los homicidios rompieron la barrera de los 29 mil, lo cual representa una tasa de 24 homicidios por cada 100 mil habitantes. Además, en el 69 por ciento de esos casos se utilizaron armas de fuego. México no es una nación en guerra, pero las cifras hablan como si lo fuera.
Carlos Juárez, diregtor del Instituto para la Economía y la Paz en México, sostuvo que un hecho preocupante es que este aumento de la violencia no se debe sólo a la presencia del crimen organizado, sino también a la delincuencia común y al incremento de la violencia en el interior de las familias, que se incrementó en un 32% el año pasado.
Y todo esto, además del dolor y la pérdida de vidas humanas, cuesta dinero. En 2017, el impacto económico de la violencia ascendió a 4.7 billones de pesos, equivalentes al 21 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), lo que significa que el costo de este fenómeno para cada persona fue de 33 mil 118 pesos. Eso es, en términos generales, lo que el país y los mexicanos deberían invertir para recomponer un tejido social extremadamente deteriorado.
Los focos de alerta roja están encendidos, y parece ser que los candidatos no los perciben.