Si algo debe también cambiar en el contexto actual de la política mexicana son los plantones, esas aglomeraciones que se realizan en cualquier sitio para exigir por la fuerza el cumplimiento de cualquier demanda.

Los plantones forman parte de ese universo de medidas extremas o arquetípicas que apuntalaron el imaginario de la fuerza de la izquierda durante décadas -marchas, plantones, toma de instalaciones, cierre de calles y carreteras, mítines, asambleas, brigadas callejeras, tomas de estrados y tribunas-, y que sirvieron para hacer denuncias, posicionar movimientos, chantajear a los rivales y, una vez que demostraron su efectividad, enriquecer a los líderes.

En la actualidad, todas esas medidas ya no pertenecen exclusivamente a lo que se llama la izquierda. Un ejemplo es el movimiento llamado Antorcha Campesina, que nació como un grupo de académicos y campesinos para impulsar la creación de la Universidad de Chapingo, y que bajo el amparo de grupos del PRI extendió su influencia y sus movilizaciones. Su trayectoria ha dejado una estela de violencia en diferentes estados.

Ayer ese grupo mantuvo como rehenes a todos los diputados en el interior del congreso por más de ocho horas, con el fin de incrementar el presupuesto al campo.

Algunas de las reacciones de los diputados encerrados resultaron una vuelta de tuerca en sentido contrario a sus acostumbradas posiciones. La diputada Laura Rojas, quien ha defendido los principios civilistas del PAN a lo largo de su carrera política, declaró su apoyo a la demanda de Antorcha Campesina de incrementar el presupuesto al campo. Por su parte, el diputado Gerardo Fernández Noroña, paladín de las protestas públicas y bloqueos en lo que va del presente siglo, escribió en su twitter:  ”Tienen tomada la cámara las organizaciones campesinas, no se puede salir aunque ya acabó la sesión. Dirán misa, pero nosotros no hicimos eso nunca”.

Lo que es preciso, ante la multiplicación de plantones y bloqueos, es privilegiar el derecho a la libertad de tránsito de los demás.