Otro informe presidencial vino y se fue. Ya no es el día del Presidente – Emperador como lo dictó la tradición priista de casi todo el siglo XX. Sin embargo hay cosas y hechos que permanecen inmutables en el acto y lo que significan va más allá del mero hecho de cumplir con lo que dicta la ley.
Algunos de esto hechos son obvios y forman parte de la naturaleza misma del ejercicio del gobierno. Hablo de la enumeración los logros y de la acción de puntualizar que cada una de las acciones emprendidas son un éxito o se encuentran en camino de serlo y destacar que muchas de ellas son records históricos en el combate a la pobreza, el desarrollo económico o el desarrollo social. Sería una actitud idiota de cualquier analista pensar en un mandatario subirá al estrado declararse derrotado por la realidad. Pero por lo mismo es lo que menos debe llamarnos la atención.
Otro elemento, ese si de suma importancia, será el análisis de la glosa del informe televisado. Los cientos de páginas entregados a la Cámara de Diputados que explicarán y sostendrán lo dicho en el mensaje político del 1º de septiembre.
Y es ahí donde el eslabón más débil de la cadena de éste informe presidencial puede encontrarse.
Como he sostenido en diversas ocasiones, el problema no está en que el Presidente anuncie los avances de su gestión o que detalle los planes de acción de su plan de gobierno. La comunicación política y el manejo de simbolismos son su fuerte y es normal que los use.
El gran problema para su gestión es que su equipo inmediato parece que no puede aportar suficientes datos duros y verificables de lo que se afirma en informes y mañaneras, con lo que se abre la puerta a la duda, el enfrentamiento y la polarización.
El informe presidencial fue consistente con la dinámica de comunicación a la que nos ha acostumbrado el gobierno de la 4T desde diciembre pasado. El mandatario sostuvo un discurso ideológico ya conocido y un estilo que no se ha modificado mayormente en nueve meses. Afirma con seguridad que lo que su gobierno realiza es un proceso para cambiar radicalmente el rostro de nuestro país y los datos que deberían sustentarlo se encuentran ausentes de su mensaje.
Esta carencia de indicadores y datos no es un hecho exclusivo de su primer informe, ha sido la pata que cojea en el caminar del gobierno obradorista. El discurso presidencial no puede cerrar del todo la pinza para mostrar su trabajo debido a un hueco informativo.
En otras palabras, el flanco presidencial ha quedado nuevamente expuesto, ya que no hay forma de acallar dudas y fortalecer su credibilidad si no puede mostrar los indicadores y cifras de lo que sostiene. Los análisis y revisiones sobre sus dichos se han centrado en este punto, pues la falta de información genera espacio suficiente para el cuestionamiento sensato, la especulación generalizada y el golpeteo político imposible de responder.
Hasta ahora, esta estrategia discursiva ha sido posible gracias a su enorme popularidad de 70% de aprobación, funcionado de forma correcta en el imaginario colectivo nacional. Sin embargo, las voces nacionales e internacionales se han levantado cada vez en mayor número criticando la falta de información, los datos incompletos y la opacidad que esto puede generar.
Las oportunidades de rebatir los cuestionamientos por parte del gobierno federal son muchos. Por ejemplo, ante los cuestionamientos que han surgido en los últimos días con respecto a su programa bandera “jóvenes construyendo el futuro” se debió mostrar cifras irrefutables que confirmasen los 930 mil aprendices que se mencionaron en Palacio Nacional el pasado domingo.
De lo contrario, las acciones pierden impacto y no son percibidas por un sector importante de la población. Finalmente, un tercio del país que no cree en su proyecto, según las encuestas, puede significar un problema para sus planes de gobierno, de aumentar del sector incrédulo ante su gestión y se refleja en las urnas de 2021.
Sumemos la constante falta de datos que, según todo indica, su equipo no le proporciona en temas como dos Bocas, Inseguridad, feminicidios, generación de empleo, impacto ambiental del tren maya y del transítsmico, crecimiento económico, lucha contra el huachicol, las universidades Benito Juárez y transparencia en las compras de las pipas por mencionar solo algunos de la pléyade de temas que, tarde o temprano, podrían significar crisis que afecten realmente su, hasta ahora, capital político.
Además, la posesión y publicidad de datos duros por parte de AMLO permitiría acallar cuestionamientos y críticas de analistas y organizaciones civiles que critican este vacío informativo, permitiendo reducir el enfrentamiento y la división que ha marcado su gestión.
Sin duda, López Obrador debe exigir más y mejor información a las secretarías, organismos desconcentrados, directores de obras y, en general, a todas las instancias de su gobierno. De esta forma sus informes de gobierno podrán ser el parteaguas de su administración, alejándolo de forma definitiva de la costumbre de sus predecesores de hacer del manejo amañado de la información un arma de propaganda y no un instrumento de gobierno para todos.