El coronavirus ha puesto de manifiesto que hay temas de los que no se habla, campos donde la ley no se aplica y sitios que la gente decente no voltea a ver. Sobre todo, si al caminar por las calles lleva a sus niños de la mano. Por ejemplo, los prostíbulos. Estos lugares profanos, también llamados sitios de tolerancia, casas de citas, lupanares, burdeles o simples casas de putas, han demostrado ser focos de infección muy peligrosos en muchos lugares del mundo, y en España se encuentran bajo la lupa de las autoridades sanitarias.
Sin embargo, al ser lugares prohibidos pero permitidos de alguna o varias maneras, los prostíbulos no tienen un carácter legal que los ubique, y por lo tanto no pueden ser prohibidos o sancionados por la ley. No se puede prohibir algo que no existe. Pero el coronavirus está ahí, y no puede combatirse si no es de manera frontal.
El consejero de Sanidad de Madrid, Enrique Ruiz-Escudero, manifestó en días pasados que se están planteando tomar medidas, pero al tratarse de una actividad no regulada tienen “dificultad de poder tomar en cierta medida las decisiones que en cualquier caso serían lógicas, puesto que sí se han producido contagios” en estos establecimientos. Lo que está torcido, entonces, es la ley.
Otros funcionarios quieren llegar al fondo del asunto. Acabar con la simulación y la hipocresía. El presidente de la Generalitat valenciana, Ximo Puig, se pronunció a favor de “cambiar la legislación para acabar con la prostitución” y, si bien aseguró que estos locales “ya están prohibidos”, reconoció que “hay espacios de carácter público o privado en los que se produce la prostitución”. “Prostíbulos como tal no existen, hay licencias de bares, hoteles o residencias”, sostuvo. Y lanzó una advertencia: “Hay alguno que intenta bordear la legalidad, pero es un compromiso de las fuerzas de seguridad que todos los establecimientos de ocio nocturno cumplan la normativa vigente”.
¿Acabar con la prostitución? Muchos -y sobre todo muchas- afirman que es el oficio más antiguo del mundo.