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El cine es un delito

A la edad de 23 años, James Ricketson convenció al legendario equilibrista francés Philippe Petit de grabar en video su arriesgada caminata sobre un cable en las alturas de los postes del puente de Sidney, allá en su natal Australia. Esas tomas sirvieron de base para el documental Man on the wire, sobre el recorrido del mismo equilibrista en la vacío entre las Torres Gemelas de Nueva York, antes de que fueran derribadas. El trabajo se llevó el Oscar como el mejor documental extranjero en 2008, pero nadie le dio crédito al director australiano.

A Ricketson no le importó el tema del premio. Como buen cineasta marginal, siguió realizando películas y documentales de bajo presupuesto, con argumentos que no siempre eran atractivos para el gran público, como los amores clandestinos en los burdeles y la prostitución infantil auspiciada por ciertas iglesias. Con todo y eso, obtuvo un par de reconocimientos importantes de la industria cinematográfica de Australia por sus películas Blackfellas y Reflections.

Ahora James Ricketson, a la edad de 69 años, enfrenta una condena de cárcel por 10 años en Camboya, país al que ha dedicado sus documentales en los últimos años. El cargo fue por grabar escenas de un mitin opositor al actual gobierno utilizando drones. El delito por el que se le acusa es el de espionaje. Sin embargo, las autoridades no especifican a favor de qué país el cineasta realizó el espionaje. Solo argumentaron que «estuvo recopilando información dañina para la seguridad nacional, y que su intención es fomentar el odio de la comunidad internacional hacia Camboya.»

Tras las rejas, el cineasta declaró: «No hice nada para merecer esto. Amo a Camboya y a sus habitantes desde el fondo de mi corazón». En ese país, hacer cine es un delito.

 

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