El huracán Harvey abrió los ojos de muchos norteamericanos. No solamente de las decenas de miles de damnificados, los que padecieron las inundaciones y ahora no tienen donde vivir, sino de todos los que se preguntan si esa calamidad está relacionada con el cambio climático.
Como es sabido, la posición de la Casa Blanca simplemente niega la existencia del cambio climático, y su postura ha sido tan radical que sacó a los Estados Unidos del Acuerdo de París, un tratado que representa el avance más importante dado por la mayoría del mundo para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y combatir el calentamiento de la Tierra.
El caso es que asistimos a una serie de eventos catastróficos como nunca antes habían sucedido, y existe una explicación de ello. Los que niegan el cambio climático pueden argumentar que la fuerza destructora de los huracanes se debe a la causalidad, a una combinación de factores impredecibles, o simplemente a la justicia divina. Pero los científicos que han estudiado el cambio climático señalan que estos fenómenos habían sido predecibles, y que se deben fundamentalmente al calentamiento de la Tierra. El calentamiento de los océanos provoca huracanes mucho más poderosos que en el pasado. La elevación del nivel de los mares genera huracanes en lugares donde no habían existido nunca. El calentamiento de la atmósfera produce lluvias de una intensidad sin precedentes. Hay períodos de sequía muy largos, interrumpidos por nevadas masivas o aguaceros torrenciales.
Harvey está emparentado con el huracán Katrina, que devastó la ciudad de Nueva Orleáns hace más de una década. Ahora le tocó a Houston. Y nada nos asegura que la historia no se repita. Más bien los contrario: si no detenemos el calentamiento de la Tierra con todo y sus océanos, los huracanes seguirán causando estragos. Pero no sabemos en dónde.
Ahora somos conscientes, además, que las catástrofes producidas por el cambio climático desatan otro tipo de calamidades, no necesariamente ligadas al calentamiento de la Tierra, pero asociadas indirectamente con ese fenómeno. En Texas, cuna nacional de la industria petrolera, el huracán Harvey provocó la violenta expulsión de gases tóxicos a la atmósfera, que en total fueron más de un millón de libras por encima de los niveles permitidos legalmente. La planta de la Exxon Mobil en Beaumont se convirtió en un surtidor de dióxido sulfúrico, que puede provocar bronquitis aguda. Mientras tanto en el poblado de La Porte, al oriente de Houston, una tubería averiada empezó a soltar cloridrato de anhídrido de carbono, un compuesto que puede provocar desde inflamacion en el sistema respiratorio hasta la muerte.
Lo que viene, después de las catástrofes, es saber quién pagará los costos de tanta desgracia. El Congreso ya ve venir la discusión. Y podemos apostar que no será la Casa Blanca quien revise su cartera.