La epilepsia es un trastorno cerebral muy llamativo, porque las convulsiones que produce en el paciente son motivo de horror y espanto entre todos los que lo rodean, sobre todo si son familiares. Por eso ahora, en México, las posibilidades de su diagnóstico y cura han abierto una puerta para la esperanza en el mundo entero.
Cabe recordar que en la Edad Media la epilepsia era vista como una posesión diabólica. Y en los casos de los niños, la enfermedad era la puerta de entrada para un encierro permanente y la muerte. Ahora las cosas han cambiado, pero el horror ante las manifestaciones de la enfermedad no ha desaparecido. Si es dramático ver a un adulto convulsionar -dice el neurocirujano mexicano Javier Terrazo Lluch, del Centro Médico ABC- «es más dramático ver a un niño hacerlo».
Sobre todo, remarca, porque tales crisis, características de un padecimiento neurológico tan común como lo es la epilepsia -padecida por alrededor de 2 millones de mexicanos-, tienen un potencial importante de pérdida neuronal que resulta muy grave cuando se tiene en cuenta que el cerebro de los menores está en desarrollo.
«Entonces, al ver a un niño que convulsiona y que no podemos controlarlo, inmediatamente empezamos a observar que ese niño no adquiere las capacidades que debería de alcanzar de manera normal», advierte el especialista.
«Estos niños tienen, aparte de las crisis, un retraso en el desarrollo: no caminan bien, no tienen un lenguaje adecuado, no aprenden bien, tienen muchos problemas en la escuela; a veces los sacan de las escuelas y los tienen en la casa. O sea, se convierten en verdaderamente dramas».
De ahí que, luego de haber realizado exitosamente por primera vez en el país -junto con su colega Enrique de Font-Réaulx Rojas-, un innovador procedimiento quirúrgico para el diagnóstico y tratamiento de dicho padecimiento, los especialistas del Centro Especializado de Epilepsia del ABC intentaron repetir el éxito con un menor el 19 de julio pasado.
«El segundo caso que operamos fue un niño de 12 años, el cual llegaba a tener hasta de 20 a 30 convulsiones al día. Esto era debido a que una parte de su cerebro no se había desarrollado de manera adecuada», relata Terrazo Lluch, agregando que la dificultad era que la zona del cerebro donde se originaban las crisis convulsivas estaba cerca del área de la fuerza de la mano.
«Entonces -señaló- había un alto riesgo en este pequeño de que al quitar la lesión en el cerebro, el niño saliera con pérdida de fuerza en la mano derecha».
Ante tal complejidad, el pequeño paciente fue candidato a una técnica que consiste en la implantación de múltiples microelectrodos en lo profundo del cerebro, tanto para identificar con precisión la zona que produce las convulsiones como para inhabilitarla a través de una intervención por radiofrecuencia, sin necesidad de abrir la cabeza en una cirugía mayor.
«Con ello logramos impactar en la producción de las crisis. Las disminuimos en un 80 a 90 por ciento», destaca Terrazo Lluch.
Todo un éxito sin precedentes de la medicina en México.