Si hay un día que expresa con mayor fuerza la contradicción que vive China entre el capitalismo y el comunismo, ese día es la Navidad. La fecha es emblemática en todo el mundo, y ha sido utilizada como una catapulta para aumentar las ventas de infinidad de productos en los aparadores de las grandes tiendas departamentales. También en Amazon, que lleva en su trineo juguetes para los niños de los cinco continentes. Pero también es una fecha incómoda para los regímenes totalitarios, porque la creencia en la divinidad de Jesús contradice las verdades de los ayatolas y los partidos comunistas.
Eso se observó claramente en estas fechas decembrinas en China. Los árboles navideños y las luces iluminaron en la Nochebuena las avenidas de Beijing, Shanghai y Hong Kong, pero la rapidez de su retiro se hizo patente en las ciudades más pequeñas y capitales de diversas provincias, como Nanyang y Kunmig. Este año se puso un mayor énfasis en la consigna del presidente Xi Jinping, cuyos empeños por imponer en todo el país los símbolos tradicionales de la cultura china y la obediencia total a las consignas del Partido Comunista chocó directamente con los trineos de Santaclós.
En China existen aproximadamente 60 millones de cristianos que se esmeraron por celebrar la Navidad en sus hogares, templos y diferentes centros de reunión. Sin embargo, si sus expresiones culturales no estaban vinculadas directamente a la rueda del mercado capitalista, no eran bien vistas. En muchos lugares, fueron prohibidas. Este año, el Partido Comunista ordenó el retiro de más de 1,500 cruces de templos y viviendas. La política de Xi es limpiar el país de religiones extranjeras, ya sean seguidores de la Biblia o el Islam.
Y ese es el nudo del problema: Santa es una figura que vende. Pero también representa el nacimiento de un dios. No es tan fácil lidiar con él.