En su libro más reciente, titulado El arte como terapia, el filósofo inglés Alain de Botton afirma categóricamente que hemos perdido el sentido de apreciar esa dimensión de la vida humana que llamamos arte. En la pintura, por ejemplo, cuando un museo presenta en su página web una obra de cualquier artista, lo primero que hace en señalar a su autor, el año en el que fue pintada, las dimensiones del cuadro, su inserción en el estilo o la escuela de la época y en el valor de su compra. “Eso no es el arte”, nos dice de Botton, y para demostrarlo evoca las emociones que produce un cuadro como La Primavera de Claude Monet: a primera vista proyecta paz, belleza, serenidad de espíritu. “Tenemos que volver a sentir, para curarnos”, dice el filósofo. Tal vez. Pero no todo es Monet. También están los monstruos de Goya.
Moléculas del bien y el mal
En la Universidad de Yale se llevan a cabo investigaciones sobre las capacidades humanas para el bien y el mal. Eso parece una discusión teológica de la Edad Media, pero un grupo de neurocientíficos está investigando lo que sucede en los torrentes sanguíneos de los jugadores de rugby. En ese deporte, como en muchos otros, los jugadores deben colaborar con los integrantes de su propio equipo y luchar con los miembros del equipo contrario. Y sus resultados refuerzan ciertas nociones que empiezan a salir de la penumbra. Resulta que la prevalencia de una hormona llamada oxitocina favorece la colaboración entre el grupo, mientras que la testosterona impulsa la agresividad hacia el otro. De ahí no se desprende forzosamente que la mayor cantidad de hormonas contrarias definen a los santos y los demonios, pero los hallazgos son un indicio de que la conducta humana podría balancearse en los laboratorios.
Estudiantes contra maestros
En California se libra una batalla que afecta, en teoría, a los sistemas educativos del mundo entero. Un grupo de estudiantes inconformes con la educación que reciben, agrupados en una organización llamada Los estudiantes importan, acudieron a los tribunales para reclamar su derecho a una educación digna y efectiva. La manzana de la discordia es la protección de la que gozan los profesores que pueden prolongar sus períodos de prueba en las universidades sin ser despedidos por ineptos, y la política de los sindicatos que ponen por delante los derechos de los maestros sobre la calidad de la enseñanza. ¿Suena familiar el conflicto? Claro, porque los cierres de escuelas y universidades y las huelgas estudiantiles ahora son protagonizadas, paradójicamente, por los maestros.