Fiel a su costumbre de lanzar mensajes en medio de símbolos, Donald Trump estuvo bajo de lo perfiles rocosos de Washington, Jefferson, Lincoln y Theodore Roosevelt para dar su discurso conmemorativo del 4 de julio -día de la Independencia en Estados Unidos- en el parque del Monte Rushmore en Dakota del Sur. «Nuestra nación atestigua una campaña sin misericordia para borrar nuestra historia -dijo con el semblante adusto de un patriota-, ofender a nuestros héroes, empañar nuestros valores y adoctrinar a nuestros niños». En la concurrencia había personas con el rostro cubierto por los tapabocas. No todos.
El tema más importante para la población -la pandemia en la que Estados Unidos ocupa el primer lugar de infectados y muertes en el planeta entero, no fue abordado por su presidente. Pero las cifras estaban detrás de cada una de sus palabras. Hasta el 4 de julio del presente año, en Estados Unidos han habido 2,832,492 de casos confirmados y 129,646 muertos por el coronavirus. Un total de 883,561 se han recuperado, afortunadamente.
Trump está en campaña, nadie lo pone en duda. Pero su estrategia de evadir la realidad y refugiarse en actos simbólicos no le augura buenos resultados. Hace unas semanas, después de una escapada tumultuosa por detrás de la Casa Blanca, al cruzar la Plaza Lafayette se encontró con decenas de manifestantes y solo acertó a tomarse una fotografía frente a la iglesia de Saint Paul, con la biblia en la mano. Y ahora aparece bajo el monumento histórico en Dakota del Sur.
Es un presidente sin contacto con el pueblo. Es decir, sin contacto con los votantes.