Una vez que la marea de la violencia del 6 de enero contra el Capitolio de Washington bajó y el nuevo gobierno de Joe Biden fue echando raíces a lo largo y a lo ancho del país, algunas revistas investigaron qué fue lo que desató el coraje de tanta gente, y llegaron a la conclusión de que el fermento de la violencia sigue incubado en toda la nación y puede estallar en cualquier momento.
El periódico The New York Times le siguió la pista a Adam Newbold, un exmiembro de las fuerzas de operaciones especiales de la Armada, quien participó en la turba por estar seguro de que las elecciones fueron robadas por un grupo de políticos liberales y de izquierda que le arrebataron el triunfo a Donald Trump.
Un aspecto relevante de la multitud colérica que asaltó el Capitolio fue que no estaba conformada por los estratos más bajos de la sociedad -como los homeless-, sino con capas de la clase media, bomberos, agentes de bienes raíces, funcionarios del Ayuntamiento, que fueron cautivados por las teorías de la conspiración.
Parece algo insólito, pero Newbold, quien fue preparado para evitar caer en teorías extremistas sin fundamento, se convirtió en un creyente de un fraude electoral inexistente. En un video de combate que grabó una semana antes de los disturbios, repitió afirmaciones llenas de mentiras y noticias falsas. Dijo: “es absolutamente increíble, existen montañas de pruebas sobre el fraude electoral y las máquinas y las personas que votaron, y se demostró que hay muertos que votaron”.
El caso de Newbold, como muchísimos otros, demuestra que las evidencias o la falta de ellas no son suficientes para el convencimiento de los ciudadanos. Cada quien cree lo que quiera creer.