En América Latina, después de décadas de gobiernos militares y dictaduras de derecha, los líderes de izquierda han llegado a los timones de sus respectivos países.

En Chile, un activista estudiantil ganó la Presidencia con la promesa de ampliar la red de seguridad social y transfiriendo la carga fiscal a los ricos. En Perú, un hijo de granjeros pobres llegó al poder con la promesa de dar prioridad a las familias de menores ingresos, alimentar a los hambrientos y corregir las desigualdades en la atención médica y la educación. En Colombia fue electo el primer presidente izquierdista del País, prometiendo defender los derechos de los colombianos indígenas, negros y pobres, con una economía que funcione para todos.

Después de años de inclinarse hacia la derecha, ahora América Latina se mueve a la izquierda. Es un movimiento que se inició en 2018 con la elección de Andrés Manuel López Obrador en México, y que podría culminar con la victoria -este mismo año- de un candidato de izquierda en Brasil; eso dejaría a las seis economías más grandes de la región dirigidas por líderes electos sobre plataformas de izquierda.

Una combinación de fuerzas ha empujado a este nuevo grupo al poder, incluyendo el repudio hacia la corrupción de los viejos funcionarios, el malestar por la pobreza crónica y la desigualdad, y la profundización de todo ello por la pandemia.

Sin embargo, el tránsito hacia sociedades más igualitarias no es nada sencillo; implica no solamente gravar las grandes fortunas y elevar los salarios y las prestaciones de los trabajadores, sino también atraer nuevas inversiones, crear más fuentes de empleos, cambiar la mentalidad y elevar la productividad en sociedades que han estado lastradas por el atraso, la ignorancia, el analfabetismo, la insalubridad y la falta de estímulos de toda índole.

Es un desafío muy viejo (ver fotografía), que no desaparece con ningún cambio de gobierno.