
La noticia de que una niña de 9 años de edad mató a un instructor de armas en Arizona es un detalle que será olvidado en unas cuantas horas. Pero tiene un mar de fondo profundo y muy turbulento. Los reclamos de la sociedad norteamericana, en este caso lamentable, se dirigen a la edad en la que un niño pueda portar y aprender el manejo de las armas. La niña era demasiado pequeña. Las principales críticas señalan el error imperdonable del instructor por dejar en manos de una niña de 9 años una subametralladora que resulta difícil de manejar inclusive para un adulto.
Pero sabemos que el tema no debe ser ése. El tema debe ser el derecho a portar armas. A venderlas sin muchas avetigüaciones al cliente que tenga el suficiente dinero para comparlas. A guardarlas en casa al alcance de los niños. Y a dispararle a cualquiera para llenar el vació inagotable de las patologías. Si a todo eso se añade el que hay adultos tan irresponsables como para enseñarle a manejar armas a los pequeños, tendremos el cuadro completo de la amenaza que representa Estados Unidos para sí mismo.
Hay estudios que dicen que en Estados Unidos hay más de 25 mil personas que han comprado armas a pesar de sus antecedentes criminales. Eso significa que ocho de cada cien ciudadanos son una carga explosiva muy difícil de controlar. De ahí las balaceras constantes y sin sentido, los ataques suicidas, los comandos que brotan al azar y rafaguean escuelas y cines, las muertes inexplicables.
Aunque el gobierno del presidente Obama ha insistido en moderar el derecho de portar armas en el país, sus defensores se han atrincherado en el Capitolio y han evitado cualquier reforma a la ley. De manera que el terrorismo seguirá adentro, aunque se piense lo contrario.