Este dicho, que los sacerdotes utilizan para iniciar el sacramento de la confesión, debe haberlo escuchado varias veces Brian Salgueiro Zepeda, alias «El 90», uno de los brazos operativos del Cártel de Sinaloa en Parral. ¿Habrá confesado sus pecados? ¿Su participación en las matanzas que lleva a cabo el Cártel? Eso no lo sabremos nunca, porque el hombre fue finalmente capturado y enviado a Estados Unidos para que comparezca ante los tribunales. Junto a él fueron detenidos 10 de sus sicarios, que estaban en posesión de armas de fuego, vehículos para realizar sus fechorías, y una buena provisión de droga.
El toque sensacionalista de la nota periodística fue que los agentes de la Unidad Especial de la Fiscalía General del Estado llevaron a cabo la captura de los delincuentes en el interior de la iglesia del «Padre Cuco», ubicada en la Colonia Las Quintas. Pero este detalle, más allá de que las fuerzas policíacas cumplieron con su deber en el interior de un templo -lugar que se considera «a salvo» por los delincuentes-, debe servir como piedra de toque para que los ministros del culto cumplan primero con sus obligaciones civiles, en lugar de andar protegiendo a los delincuentes. Los sacerdotes que reciben información confidencial a través de la confesión, tienen la obligación de denunciar a los delincuentes, sin brindarles ningún tipo de protección.
Primero está el reino de la Tierra, y después el de los cielos.