Suecia es, desde muchos puntos de vista, una nación excepcional .Un país capitalista, con una infraestructura moderna y pujante, pero sin las grandes desigualdades que emergen en todas las economías de los países más desarrollados, como Estados Unidos, Alemania o Gran Bretaña y, en otro nivel, en la India o Arabia Saudita. Desde la segunda mitad del pasado siglo, Suecia fue vista como uno de los ejemplos de la socialdemocracia europea, donde los trabajadores tienen elevados salarios y buenas prestaciones, y los empresarios son discretos y no se comportan con el derroche de los sultanes y jeques de los países árabes.
En Suecia existe un valor que se ha convertido en costumbre: la confianza. Por eso en Suecia no existe una gigantesca campaña publicitaria para mantener a la población en sus hogares. Sin que nadie les diga nada, los suecos cumplen las normas por sí mismos. Se quedan en casa, guardan la distancia cuando salen, se lavan constantemente las manos, cuidan a los niños y los adultos mayores.
Suecia es hoy una excepción. Se ve a simple vista, porque mientras sus vecinos europeos y el resto del mundo mantiene sus restaurantes y lugares públicos cerrados, en Suecia están abiertos los restaurantes, las cafeterías, las escuelas, las peluquerías y salones de belleza, los estudios de yoga e incluso algunos cines. No hay diferencia. Suecia en época de pandemia es la misma Suecia sin época de pandemia. Bueno, casi. Hay ciertas restricciones. No puede haber reuniones de más de 50 personas. Los museos están cerrados. Los eventos deportivos están pospuestos.
Y a diferencia de otras naciones, en Suecia no se observa gente con tapabocas en las calles. Todos están convencidos que no hacen falta.