En Brasil, como en todos los países del Cono Sur del continente, los militares han sido los protagonistas principales de gobiernos dictatoriales, golpes de Estado, prácticas de tortura e intimidación de la población. Ha sido una larga historia, donde la democracia no ha podido aún establecerse como método de gobierno.

Los últimos acontecimientos, por ello, han despertado las sospechas e incertidumbres de toda la población sobre el rumbo que tomará el país en los próximos meses. El presidente Jair Bolsonaro (en la fotografía), un exmilitar retirado que había contado con el apoyo del ejército a lo largo de su gobierno, despidió a su ministro de Defensa sin dar mayores explicaciones sobre el asunto. Al día siguiente los jefes del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea renunciaron a sus cargos.

Detrás de lo que parece una crisis política y el alejamiento del presidente del ejército, se asoma la sombra del COVID-19. Otro de los cambios ocurrió la semana pasada, cuando el presidente remplazó a su ministro de Salud, Eduardo Pazuello, un general que no logró dar una respuesta integral a la pandemia ni negoció la compra de las cantidades necesarias de vacunas para combatirla.

Para colmo, los cambios recientes en el gabinete incluyeron la salida del ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araújo, un conservador de línea dura que se peleó con el gobierno de China, el principal socio comercial de Brasil y el principal proveedor de las vacunas que tanto urgen al país. Todos los legisladores criticaron a Araújo por su incapacidad para asegurar el acceso a las vacunas para la población.

¿Quién va ganando en ese río revuelto? Nadie sabe. Lo cierto es que Brasil es uno de los países donde el COVID-19 va a la alza. Ayer se reportaron más de 84 mil nuevos casos.