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El rey ha muerto, muera el rey

Si hay una historia trágica en el mundo contemporáneo sobre el ascenso y la caída de los reyes que creen gobernar al reino con un poder gigantesco y eterno, ésa es la historia de España. Mejor dicho, la historia del rey Juan Carlos I, el villano favorito de la península española en la actualidad.

Antes era un héroe. Nacido en Roma por el exilio de su padre, Juan Carlos abanderó la causa de la transición española hacia la democracia después de la tiranía de Francisco Franco, y en el intento de golpe de Estado de 1981 se levantó como una figura ejemplar, respetada por todos los partidos y grupos políticos en una nación conocida por sus enfrentamientos internos. El antiguo rey siempre fue partidario de la democracia interna y la unidad europea que fue, en sus años iniciales, un ejemplo de unidad y autonomía de sus partes para el mundo.

Ahora el rey ha caído de su trono de bisutería por una serie de escándalos económicos y maritales que lo han puesto en el calabozo más oscuro de la historia. Su romance con Corinna Larsen, una empresaria de origen danés y alemán que lo condujo por los laberintos de la corrupción y los lujos, así como sus comisiones por su alegre participación en los negocios turbios de los jeques árabes, lo ubicaron en un pedestal de lodo frente a los reflectores de toda España.

El rey ya no era rey de nada. Por eso tuvo que huír de España, como los ratones que los barcos que naufragan. Qué pena.

 

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