Orhan Pamuk, el escritor turco que ganó el Premio Nobel de literatura en 2006, escribió una novela muy interesante sobre la peste bubónica que azotó los hogares de Asia y Europa en el remoto año de 1901, y acaba de publicar un artículo soberbio sobre las enseñanzas de las epidemias del pasado. Apareció en The New York Times y se titula «Lo que nos enseñan las novelas de las pandemias».
En ese texto, dice el escritor, existe un común denominador del comportamiento de la gente cuando escuchan noticias o rumores sobre las pandemias. La primera reacción de la población es la de negar la existencia del mal. Ya sean las autoridades, las organizaciones sociales o los vecinos, todos coinciden en descalificar la certeza de la enfermedad. Mientras más incomprensibles resulten los efectos y las causas de las enfermedades, más enfática será la negación de su existencia.
En el fondo, las personas que escuchan sobre la nueva enfermedad que se extiende sin control, le atribuyen la culpa a sus dioses o al destino, y maldicen en silencio la imposibilidad o la indiferencia divinas para acabar con la enfermedad. Sobre todo hasta las primeras décadas del siglo XX, en una época sin teléfonos ni medios de comunicación, cuando los rumores se esparcieron como única fuente de información confiable sobre las características de la enfermedad.
En segundo lugar, la gente difundió y creyó con fe religiosa que la enfermedad fue traída del exterior, que se originó en algún país extranjero, con o sin la finalidad declarada de perjudicar a la nación o las naciones en las que el mal se ha generalizado. Esto se vio recientemente con la actual pandemia, cuando muchísima gente se convenció de que se trataba de una venganza de China contra Estados Unidos, después de la guerra comercial entre ambos países.
Finalmente, Pamuk sostiene que de esta epidemia puede surgir algo muy bueno: el sentimiento de igualdad y solidaridad que necesitan las mujeres y los hombres para salir de su soledad y las epidemias pasajeras. Pero ese final feliz depende de todos nosotros.